Llego al semáforo, Caracas con Calle 49. El peatonal se
encuentra en rojo, me detengo pese a que no viene ningún auto, un señor, al
parecer vendedor, sigue de largo, con su canasta al hombro, “no se trata de si
vendría un auto o no, se trata de cumplir una ley de tránsito, una norma”. En
galerías, en otro semáforo, en el mismo lugar de la caracas en otro semáforo,
indistintamente un padre con su hija y una madre con su hijo, corren mientras
el peatonal está en rojo, consigo llevan a sus hijos, pienso “tendremos a un
niño y una niña, que será un(a) adolescente, un(a) joven, un(a) hombre/mujer, un(a)
anciano(a), que estará pasando los semáforos en rojo, sin respeto a la norma, a
la ley, y posiblemente, formando así mismo a sus hijos y nietos, por unos 60
años más”. Sentado a una mesa de cafetería
con amigos ilustres, tomamos café. Todos se levantan y dejan en las mesas sus
vasos vacíos, he decidido recogerlos todos y echarlos en la basura
de la cafetería, pienso “en la responsabilidad hacia los demás y sobre nuestra
propia basura”. Me siento a consumir con una persona tanto querida con
admirada, me ha regañado porque he decidido llevar a la basura todos los vasos
desechables que estaban en la mesa al llegar, su argumento: “eso sería recoger
la basura de los demás, es dañino para ellos, sería hacer lo que debían de
hacer ellos”, mi argumento: “por pensar así tenemos la ciudad que tenemos, el
país que tenemos”.
Pensar: “Bogotá, una ciudad en decadencia”, es pensar en
nuestra propia decadencia como ciudadanos, porque eso es esta ciudad, el
reflejo de lo que somos como ciudadanos. Las piedras no son nada por sí misma,
ni los edificios, ni las calles.
Cerca de la estación de la policía metropolitana y de un cuartel
del ejército se cometen violaciones, consumos de drogas y prolifera la
prostitución en todas sus modalidades, incluyendo la esclavitud sexual forzada.
Un solo ladrón amedranta frente a los curiosos a su víctima.
Alguien ya decía, “el mal existe porque las personas de bien
no hacen nada”.
En otra cafetería, un amigo ha dejado un abrigo, sobre el
abrigo, un disco y me ha ganado la curiosidad. He decidido tomar el disco, pero
recuerdo que no es mío, pienso que he de esperar a que llegue, y pedir permiso
para tomarlo. Mis alumnos han llegado, uno por uno lo toma, lo miran, lo lanzan
al abrigo. Les digo a modo de regaño y enseñanza: “esperen muchachos, el disco
no saben de quien es, esperen y pidan permiso”, uno me ha contestado:
“bienvenido a Colombia”, yo le digo: “sé que Colombia no es eso, tu eres el mal
educado”. Luego, en casa, el mismo alumno ha tomado un accesorio, tan barato
que nadie lo vendería, lo regalarían. Este alumno lo lleva a la boca, lo
destruye. Le he pedido el accesorio y me lo muestra destruido por sus dientes,
me dice que él lo repondrá. Contesto: “no necesito que lo reponga, solo espero
que entiendas que has tomado y destruido algo que no es suyo, y es una falta de
respeto”.
¿Cómo soñar con un país en paz, cuando no somos capaces de
contar con las menores expresiones de cortesía?, dejar de pensar por un momento
en nuestros propios intereses y tener un pensamiento colectivo por un segundo.
Si, Bogotá está en decadencia, porque unos hemos permitido,
otros cometidos y otros rendido, ante la insolencia, la comodidad, el desorden,
el irrespeto y el desinterés.
Cuando veo a mi ciudad y pienso eso, hago conciencia de mí, y construyo para mí, la ciudad que sueño, intentando
no desistir, e inspirar a otros para tener la ciudad que todos merecemos, y que
este país tan generoso merece.