sábado, 21 de marzo de 2015

Bogotá en decadencia.

 Llego al semáforo, Caracas con Calle 49. El peatonal se encuentra en rojo, me detengo pese a que no viene ningún auto, un señor, al parecer vendedor, sigue de largo, con su canasta al hombro, “no se trata de si vendría un auto o no, se trata de cumplir una ley de tránsito, una norma”. En galerías, en otro semáforo, en el mismo lugar de la caracas en otro semáforo, indistintamente un padre con su hija y una madre con su hijo, corren mientras el peatonal está en rojo, consigo llevan a sus hijos, pienso “tendremos a un niño y una niña, que será un(a) adolescente, un(a) joven, un(a) hombre/mujer, un(a) anciano(a), que estará pasando los semáforos en rojo, sin respeto a la norma, a la ley, y posiblemente, formando así mismo a sus hijos y nietos, por unos 60 años más”.  Sentado a una mesa de cafetería con amigos ilustres, tomamos café. Todos se levantan y dejan en las mesas sus vasos vacíos, he decidido recogerlos todos y echarlos en la basura de la cafetería, pienso “en la responsabilidad hacia los demás y sobre nuestra propia basura”. Me siento a consumir con una persona tanto querida con admirada, me ha regañado porque he decidido llevar a la basura todos los vasos desechables que estaban en la mesa al llegar, su argumento: “eso sería recoger la basura de los demás, es dañino para ellos, sería hacer lo que debían de hacer ellos”, mi argumento: “por pensar así tenemos la ciudad que tenemos, el país que tenemos”.

Pensar: “Bogotá, una ciudad en decadencia”, es pensar en nuestra propia decadencia como ciudadanos, porque eso es esta ciudad, el reflejo de lo que somos como ciudadanos. Las piedras no son nada por sí misma, ni los edificios, ni las calles.
Cerca de la estación de la policía metropolitana y de un cuartel del ejército se cometen violaciones, consumos de drogas y prolifera la prostitución en todas sus modalidades, incluyendo la esclavitud sexual forzada. Un solo ladrón amedranta frente a los curiosos a su víctima.
Alguien ya decía, “el mal existe porque las personas de bien no hacen nada”.
En otra cafetería, un amigo ha dejado un abrigo, sobre el abrigo, un disco y me ha ganado la curiosidad. He decidido tomar el disco, pero recuerdo que no es mío, pienso que he de esperar a que llegue, y pedir permiso para tomarlo. Mis alumnos han llegado, uno por uno lo toma, lo miran, lo lanzan al abrigo. Les digo a modo de regaño y enseñanza: “esperen muchachos, el disco no saben de quien es, esperen y pidan permiso”, uno me ha contestado: “bienvenido a Colombia”, yo le digo: “sé que Colombia no es eso, tu eres el mal educado”. Luego, en casa, el mismo alumno ha tomado un accesorio, tan barato que nadie lo vendería, lo regalarían. Este alumno lo lleva a la boca, lo destruye. Le he pedido el accesorio y me lo muestra destruido por sus dientes, me dice que él lo repondrá. Contesto: “no necesito que lo reponga, solo espero que entiendas que has tomado y destruido algo que no es suyo, y es una falta de respeto”.
¿Cómo soñar con un país en paz, cuando no somos capaces de contar con las menores expresiones de cortesía?, dejar de pensar por un momento en nuestros propios intereses y tener un pensamiento colectivo por un segundo.
Si, Bogotá está en decadencia, porque unos hemos permitido, otros cometidos y otros rendido, ante la insolencia, la comodidad, el desorden, el irrespeto y el desinterés.
Cuando veo a mi ciudad y pienso eso, hago conciencia de mí,  y construyo para mí, la ciudad que sueño, intentando no desistir, e inspirar a otros para tener la ciudad que todos merecemos, y que este país tan generoso merece.